Prevost Gary, Carlos Oliva Campos y Harry E. Vanden (eds.)

Social Movements and Leftist Governments in Latin America. Confrontation or Co-Optation?

New York: Zed Books, 2012, 181 p.

 

Reseñado por Carlos A. Pérez Ricart

Lateinamerika-Institut, Freie Universität Berlin

 

 

La carátula verdosa del libro, parchada con la estrella del calendario azteca, letras de todos colores y banderas del movimiento indígena boliviano, anuncian un libro fresco, actual, crítico. La contraportada recoge el juicio positivo de dos profesores estadounidenses: uno de ellos etiqueta los resultados del libro como “explosivos” y otro, como la primera publicación capaz de analizar la relación entre movimientos sociales latinoamericanos y los gobiernos de izquierda de manera sistemática. A mi entender, ni lo primero ni lo segundo se cumplen –o acaso sí, pero de forma excluyente: lo que hay de explosivo no es sistemático y lo que hay de sistemático no es explosivo, sino repetitivo y obvio. Pero vamos por partes.

 

“Social movements and leftist governments in Latin America” es una compilación de seis artículos, una introducción y respectiva conclusión que se propone inquirir en la relación entre dos importantes acontecimientos ocurridos en los prolegómenos del siglo XXI latinoamericano: la emergencia de movimientos sociales y la elección de “gobiernos izquierdistas”. Los resultados de las investigaciones fueron presentados en el Congreso de LASA 2009 y reactualizados para la edición de 2012. Como editores firman los doctores estadounidenses Gary Prevost (Saint John”s University), Harry Vanden (University of South Florida) y el académico cubano Carlos Oliva Campos (Universidad de la Habana). Los tres autores, además de tener otros libros editados en común (The Bush Doctrine and Latin America 2007, Politics of Latin America 2011), han dedicado otros trabajos al estudio comparativo y trasnacional de fenómenos sociales en América Latina. De ahí que sorprendan dos cosas: que no haya en todo el libro un intento por discutir o definir el término “movimiento social” o el cuadro teórico-relacional donde subsumir el concepto de “gobierno izquierdista” (leftist government) y que tampoco haya la tentativa de contrastar –ya no se diga comparar metodológicamente– los casos de estudio propuestos. Vamos, incluso se cae en un error básico que de suyo obligaría a la reformulación total del libro: asimilar una victoria electoral de un determinado candidato al triunfo de un proyecto político sobre la totalidad del Estado. State power y presidencia son aquí conceptos intercambiables. Estos vacíos provocan que, sin mayor explicación, se de por sentado el axioma bajo el cual, entre la victoria finisecular del presidente Chávez y el triunfo electoral del presidente Correa en 2009 (pasando por los procesos políticos en Brasil, Argentina, Chile, Bolivia y otros países más (vii)), hay una tendencia homogénea de proyectos políticos de izquierda. No sostengo que eso sea equivocado, lo que enfatizo es que no se argumenta el por qué no lo es. Lo mismo del otro lado del espectro: en el libro, el concepto movimiento social encapsula en lo mismo a los piqueteros argentinos, los sintierra brasileños, los zapatistas mexicanos o las organizaciones indígenas ecuatorianas, cuyo comportamiento se asemeja más al de un “grupo de interés” que al de un movimiento social. Así, la primera advertencia al lector: que no se espere un esfuerzo teórico sobre los límites y alcances del concepto movimiento social y gobierno izquierdista.

 

Aun así, la introducción del libro, firmada por los editores, logra sintetizar los dos ejes a partir de los cuales se tejen los capítulos. El primero, el dilema que enfrentan los movimientos sociales – hasta hace poco relegados, en el mejor de los casos, al de oposición formal– con la toma de decisiones de gobiernos que, en parte gracias a su apoyo, “llegan al poder”. El segundo, los conflictos a los que se enfrentan los gobiernos que, a veces por falta de voluntad, a veces por compromisos internacionales, a veces por conflicto de intereses y a veces porque los intereses de los propios movimientos sociales mantienen posiciones encontradas, son incapaces de cumplir con todas las expectativas puestas en ellos.

 

Esas dos problematizaciones abren el espacio para que Gary Prevost se pregunte para el caso argentino, ¿de qué forma la crisis política de 2001 nos ayuda a comprender la relación que los movimientos sociales mantendrán con el gobierno de Néstor y Cristina Kirchner? y, en particular, ¿cómo evaluar la relación entre el movimiento social que “sacó del poder” a De la Rúa y el gobierno peronista que ganó en 2002 y 2007? (22) En el segundo capítulo, dedicado a Brasil, Harry Vanden centra su foco en la relación entre el Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra y el gobierno de Lula Da Silva, poniendo especial énfasis en la tensión subyacente entre un régimen abocado a promover un modelo desarrollista de progreso y un movimiento abiertamente neoliberal y que, sin embargo, se necesitan mutuamente. Similar empresa es la de Marc Becker quien, en el capítulo quinto, muestra cómo la victoria electoral del presidente Rafael Correa supuso un debilitamiento importante en las otrora poderosas organizaciones indígenas que antaño habían disputado el ejecutivo a tres presidentes. El campo de disputa es parecido que en Brasil: la conciliación entre un modelo económico anclado en el extractivismo y, de otro lado, el “buen vivir” y la crítica al progreso capitalista. En otro capítulo Waltraud Morales, al aceptar que el gobierno del presidente Evo Morales es quien más debe su posición a la fuerza de los movimientos sociales, se pregunta cómo y en qué medida la “izquierda radical” y los sectores indígenas han facilitado, modernizado y a veces confrontado las reformas constitucionales y socioeconómicas del gobierno de Evo Morales (50). Intenta responder la pregunta con el ejemplo de la Ley de Hidrocarburos de 2004 y la política oficial relacionada a la plantación de hoja de coca. En el capítulo siguiente, Edward Greaves estudia un caso opuesto al de Bolivia: el de un proyecto político –la Concertación Chilena– que, en general, debe poco de su éxito al movimiento social y que, a su entender, combinó políticas de corte neoliberal con un discurso apolítico y prácticas de cooptación (110) capaces de desmovilizar la protesta pública. Para demostrar su hipótesis revisa el reto que supuso a la Concertación la toma de un predio en Peñalolén al oriente de Santiago. Daniel Hellinger, en el último capítulo dedicado al caso venezolano, enfatiza cómo la política fiscal diseñada a partir de la renta petrolera ha acercado históricamente a los movimientos sociales con el Estado (165). Es útil la aproximación de Hellinger porque, a través de su análisis que alcanza los años treinta y no se restringe al “chavismo”, acerca luz a un tema obviado en el resto del libro: que las características institucionales y el diseño fiscal modifican la configuración de los movimientos sociales con respecto a su posición frente a los regímenes en el poder.

 

Exceptuando el capítulo dedicado a Venezuela, donde sí se propone una veta de estudio interesante para el estudio de los movimientos sociales y desde donde se pueden definir patrones de comportamiento en relación a su aproximación con el Estado, el resto del libro –introducción, capítulos y conclusión incluida– sólo ofrece respuestas obvias: “no hay un camino claro para una relación óptima” (29). “El futuro político de América Latina es incierto”, “la continuidad de los proyectos izquierdistas dependerán del grado de la mejora de vida de las poblaciones” (169) “la trascendencia de sus mandatos dependerá de la creación de movimientos sólidos” (170), “la relación entre el movimiento social y los gobiernos de izquierda es compleja y distinta en cada país” (18).

 

Ayudará el libro a quien se interese por un caso particular. Los capítulos son ricos en referencias y pueden ser buena hoja de ruta para quien le incumba un grupo o gobierno determinado. Quien busque, en cambio, como se presume en la carátula, un primer gran acercamiento sistemático a la relación entre gobiernos y movimientos sociales, sólo encontrará buenas intenciones. Echará en falta un fuerte apartado teórico, referencias a un debate en el que se inserte el libro, comparaciones con proyectos progresistas fallidos (Paraguay, Honduras), acercamientos capaces de ir más allá de la ontología estatal imperante y de poner a jugar en el tablero a fuerzas globales y trasnacionales (Foro Social de Porto Alegre), o ejemplos simbióticos de gobiernos regionales progresistas (Ciudad de México, Bogotá) con los movimientos políticos ahí enraizados.