¿De dónde son estas palabras? Pensar la escritura más allá de las fronteras nacionales: violencia, exilio y literatura

Ulises Valderrama Abad

Facultad de Filosofía y Letras, UNAM

Resumen

En el presente ensayo se reflexiona sobre la literatura escrita por exiliados argentinos en México a raíz de la última dictadura cívico-militar (1976-1983), a partir del hecho de que su condición de destierro es derivada de la violencia política ejercida en su contra, la misma que los llevó a salir de Argentina para salvar sus vidas. Estos cruces entre violencia, exilio y literatura nos llevan a pensar en obras que van más allá de las fronteras estrictas de una nación, pues en su creación encontramos un afán por expandir las fronteras culturales y reinterpretar la identidad de sus autores/as. Todo esto nos lleva a cuestionar los cánones nacionales y pensar, en cambio, en un tipo de literatura latinoamericana más acorde a lo posnacional.

Palabras clave: Exilio, violencia, Latinoamérica, literatura posnacional.

En la actualidad es por demás conflictiva la noción de literatura nacional, concepto que engloba e invisibiliza una variedad de miradas y formas de entender el mundo. Su consolidación durante el siglo xix resulta difícil de sostenerse en una era posnacional y tendiente a la globalización, aunado a la tecnósfera creada por las nuevas tecnologías de la información. En este cruce de caminos podemos encontrar procesos estético-literarios que parecen no tener cabida en los márgenes de teorías literarias que piensan las fronteras como una circunstancia política y no como fenómenos históricos, sociales y, sobre todo, culturales con repercusiones sostenidas en el tiempo. Partiendo de este entendido, la literatura apunta no solo a conflictos nacionales, sino también a sucesos transfronterizos concretos como el de la violencia que se ha extendido a lo largo y ancho del territorio latinoamericano.

La literatura posnacional ha tomado especial relevancia en los últimos años, una época marcada por el capitalismo y la globalización, categorías relacionadas directamente con el tema en cuestión. He de comenzar retomando los preceptos de Bernart Castany Prado quien menciona que han existido tres etapas principales en lo que respecta al cruce entre territorio, política y literatura: la prenacional, la nacional y la posnacional. Este señalamiento puede parecer general, empero es de gran provecho para visibilizar y reflexionar sobre las fronteras políticas que ha dejado marcadas el nacionalismo, y que han tenido una fuerte repercusión en múltiples aspectos de la vida cotidiana. Sin embargo, no hay que dejar de lado lo que el investigador Sebastián Saldarriaga-Gutiérrez señala sobre las dos últimas etapas mencionadas por Castany: “[…] lo posnacional solo puede entenderse en una tensión dialéctica con lo nacional, no con su desaparición” (2007: 50). Es decir, cuando hablamos de lo posnacional no estamos negando lo nacional, pero sí pretendemos un posicionamiento más amplio y menos rígido que lo propuesto por este último.

Además, si partimos de la era prenacional y la posnacional podemos mencionar que ambas comparten características similares, como el hecho de buscar una escritura que logre crear identidades más generales que la nacional, pues estas no están acotadas a fronteras políticas concretas. Sin embargo, lo que diferencia a lo posnacional de lo prenacional es el afán por construir una identidad multilateral, es decir, se nutre de diversos espacios, culturas, tradiciones, políticas, etc. De modo tal que la característica principal de lo posnacional es traspasar los límites de las fronteras políticas y abrevar de múltiples fuentes (geográficamente más extensas).

Lo anterior da como resultado una identidad literaria contemporánea compleja y plural, en contraposición a lo que ha construido la historia hegemónica nacionalista. Según el ya mencionado Castany Prado: “la literatura posnacional […] busca nuevos modos de imaginar la identidad más acordes con su carácter inasible y plural” (2007: 10). En este sentido, la investigadora Silvana Mandolessi señala: “la unión […] entre nación y literatura, se ha fracturado: ya no es posible pensar ni la producción ni la circulación de lo literario en el estrecho marco de lo nacional, sino que ahora se vuelve necesario una topografía diferente, más amplia, transnacional, globalizada o ‘mundial’” (2011: 61).

Esta forma de entender y escribir literatura ha tomado especial relevancia en las letras latinoamericanas contemporáneas, un territorio cultural en donde la violencia, en sus diversas acepciones, ha tenido como una de sus principales consecuencias el desplazamiento territorial de un sin número de individuos, entre ellos, por supuesto, gran cúmulo de escritoras y escritores. Estas migraciones, casi siempre forzadas, ya sea por violencia política, económica, de género, etc., se han visto reflejadas en las letras contemporáneas y, especialmente, en la creación de una literatura que tiene en su seno a lo posnacional, como lo ha señalado Luis Mora “Da la impresión de que lo posnacional es ya una categoría propia dentro de los estudios literarios últimos, sobre todo hispanoamericanos” (2014: 323).

Asimismo, al hablar de estos temas no podemos ignorar que una de las preguntas que ha recorrido las reflexiones literarias a lo largo de la historia se centra, precisamente, en la capacidad de las letras para narrar la violencia e intentar transmitir la experiencia límite de quienes la han sufrido. Desde las declaraciones lapidarias de Theodor Adorno sobre la imposibilidad de escribir poesía después del terror de Auschwitz hasta los feminicidios en la frontera norte de México narrados por Roberto Bolaño en 2666 (2004), o las atrocidades de la Guerra Interna peruana retomadas por Santiago Roncagliolo en su novela Abril Rojo (2006), la violencia ha sido uno de los elementos centrales en la literatura latinoamericana. Ya lo decía Michel Foucault (1996), la literatura es el lenguaje encargado de narrar las infamias de la humanidad, es la depositaria, o la recolectora, de las atrocidades inenarrables en un primer momento. Por ende, la literatura es capaz de convertirse en un recodo de libertad idóneo para expresar las atrocidades ocurridas en el espacio público.

Ahora bien, me interesa resaltar las reflexiones de Gustavo Lespada (2015) expresadas en su ensayo sobre la violencia en la literatura, pues aquí retoma un eje medular para nuestro trabajo, me refiero a la violencia respecto a las dictaduras militares latinoamericanas ocurridas, mayoritariamente, en la segunda mitad del siglo xx. El autor señala: “mientras el autoritarismo restringía la opinión pública por medio de censuras y persecuciones, la literatura –mayormente escrita y publicada en el exilio– se transformó en el espacio que apostó a dar cuenta del horror represivo” (2015: 37). Lespada destaca atinadamente a la literatura escrita en el exilio como una de las principales formas de dar a conocer y denunciar las injusticias de los gobiernos militares. Esta tercera arista, la del exilio, nos ayuda a completar el triángulo de estudio propuesto en este ensayo, me refiero a la literatura escrita en el exilio, a raíz de la violencia política, que logró traspasar las fronteras de lo nacional para proponer una escritura posnacional que ampliara los márgenes culturales impuestos y se enriqueciera del contacto con otras culturas más allá de la tierra de nacimiento.

Cabe señalar que para los objetivos del presente trabajo exploraremos estos conceptos en un caso latinoamericano concreto que, de cierta forma, une los dos polos de la América hispana; me refiero a la literatura producida durante o sobre el exilio argentino en México a raíz de la última dictadura cívico-militar (1976-1983). En este contexto debemos resaltar la importancia de un elemento común entre ambos países: la lengua. Este factor se suma a otros, como la historia, movimientos sociales de derechos humanos, problemas económicos, religiosos, políticos, etc., los cuales dotan no solo a México y Argentina, sino a la región latinoamericana, de una cultura compartida. Lo anterior, claramente se contrapone a otro abordaje más tradicional de la literatura, el cual tiende a ceñirse a los márgenes acotados de un solo país.

En primera instancia podemos mencionar que las repercusiones de la violencia ejercida sobre la población durante la dictadura cívico-militar no se limitaron únicamente al interior de Argentina, sino que se extendieron a lo largo de otros territorios y durante varios años, pues la ola expansiva de violencia se vio reflejada en países fronterizos, en otras naciones latinoamericanas e, incluso, en otros continentes. Un ejemplo de ello es el fenómeno del exilio, por medio del cual el gobierno militar expulsó a miles de argentinos a diferentes países del orbe como: Chile, Brasil, México, España, Francia, Italia, Israel, etc. Asimismo, hemos de decir que el destierro no tuvo fechas concretas, por lo que además de extenderse en el ámbito geográfico, también lo hizo en el plano temporal, pues se suele hablar del inicio del destierro argentino asociado a la última dictadura desde 1974 (Yankelevich 2010; Jitrik 2016), dos años antes de que tomara el poder la junta militar autodenominada Proceso de Reorganización Nacional. Ahora bien, en cuanto a los “regresos”, de igual forma fueron muy inciertos, si bien algunas personas volvieron aún en dictadura, otras esperaron su final para retornar; así, el común de exiliados puso como fecha simbólica de retorno el 10 de diciembre de 1983 (Bernetti y Giardinelli 2014), día de la toma de poder de Raúl Alfonsín, primer presidente democrático argentino tras la dictadura. Empero, no podemos dejar de lado a quienes decidieron permanecer por más tiempo en México e incluso, a la larga, quedarse a vivir en el país de adopción, e hicieron suya otra cultura, que en el fondo tenía muchas similitudes y, a la vez, aportaron a la misma su conocimiento y experiencia.

Centrados en el exilio, es necesario señalar que este fue uno de los principales actos de violencia emanados de los gobiernos represores, pues salir al destierro no era una decisión libre de los sujetos, sino una acción forzada por el poder hegemónico. Luis Roniger, uno de los principales estudiosos del tema, define el exilio como: “un mecanismo de exclusión institucional destinado a revocar el pleno uso de los derechos de ciudadanía y más aún, prevenir la participación del exiliado/a en la arena política nacional” (2014: 10). En el mismo tenor, Giorgio Agamben centra sus reflexiones sobre la gravedad de la violación a los derechos básicos de igualdad y pertenencia a una ciudadanía: “hoy día cualquier aproximación al problema del exilio debe empezar ante todo por cuestionar la asociación que se suele establecer entre la cuestión del exilio y la de los derechos del hombre” (1996: 41). Estas dos posturas recogen el grueso de los estudios sobre exilio centrándose en la violación al derecho fundamental de igualdad ante las leyes y en la violencia ejercida por un aparato represor que destierra a las personas; es decir, se sale del país que uno considera como propio para salvar la vida (coacción), teniendo como resultado la pérdida del derecho a interferir públicamente sobre el escenario político interno.

Ahora bien, podemos decir que la literatura del exilio argentino en México es uno de los fenómenos emanados de esta violencia institucionalizada de un gobierno militar, defensor de las fronteras nacionales en un doble sentido: a) hacia fuera, contra posibles conflictos bélicos con otras naciones y, sobre todo, b) hacia adentro, reprimiendo intentos de subversión al interior del país. Baste recordar los preceptos de Walter Bénjamin (2001) sobre la violencia gubernamental, quien señala que el Estado tiene el monopolio de la violencia, pues es el encargado de crear normas para evitarla y, a la vez, el único posibilitado para ejercerla en caso de ver amenazados sus intereses, cuales quiera que ellos determinen. Los autores y autoras que han escrito sobre su experiencia de exilio tuvieron que huir de dicha violencia militar contra la población y por medio de sus textos incorporaron a la cultura del país receptor, a la vez que esta también permeaba su identidad.

Muchos fueron las y los escritores argentinos que vivieron su exilio en México, podemos referir nombres como los de Mempo Giardinelli, Tununa Mercado, Rolo Díez, Miguel Bonasso, Myriam Laurini, Noé Jitrik, Humberto Costantini y, en una generación más joven, encontramos a Sandra Lorenzano, Sergio Schmucler, Federico Bonasso, Rolando Diez Laurini, Inés Ulanovsky, Nicolás Cabral, Ana Negri, etc., por mencionar tan solo a algunos. He de puntualizar que esta lista se centra en autoras y autores que han escrito narrativa, al margen de otros géneros y trabajos como la poesía, guiones cinematográficos, ensayos políticos, teoría sociológica, psicológica, etc.

Al centrarnos en el quehacer literario de la comunidad de exiliados argentinos en México, Noé Jitrik menciona en una conferencia lo siguiente:

En determinado momento coincidieron en México yo diría que por lo menos cuarenta argentinos que poseían una práctica literaria. Más ordenadamente: de los cuarenta, por lo menos diecisiete […] habían publicado uno o más libros […] Luego unos once publicaron libros o empezaron a escribir en México, libros de alguna y diversa relevancia. Unas seis o siete personas comenzaron a hacer literatura, o algo que pretende ser literatura, y, por fin, unos lo hicieron después de concluir el exilio (1989a:159).

Lo anterior nos deja ver la importancia que tuvo la escritura antes, durante y después del exilio, continuando hasta hoy en día con la mayoría de autoras y autores mencionados en activo. Ahora bien, sin obviar su lugar de enunciación descentrado, algunos de ellos, como Tununa Mercado (2002) y el citado Noé Jitrik (1989a), se han preguntado a dónde pertenece su literatura: ¿México o Argentina? entrando en conflicto, por un lado, con la noción de literatura nacional y reconociendo la marginalidad de sus trabajos en el exilio. Aunque, por otro lado, intuitivamente se acercaban a los preceptos de lo posnacional, al proponer un espacio cultural más amplio e inclusivo en el que cupiera su literatura, me refiero al territorio Latinoamericano: “[…] pertenece a la literatura latinoamericana lo que brota o surge de estos cruces, de estos desplazamientos, de esta velocidad, respecto de la cual el exilio sería el nutriente” (Jitrik 1989a: 157). Debemos reconocer que este concepto de lo latinoamericano se define por el espacio geográfico, la lengua y una cultura compartida, pero, en principio, no por fronteras políticas administrativas: “la abstracción designada como literatura latinoamericana puede descansar sobre el hecho del exilio entendido como un viaje, como un desplazamiento constante” (1989a: 158). Nosotros debemos añadir, como lo hemos señalado antes, que ese desplazamiento constante que menciona Noé Jitrik es preeminentemente forzado y, por ende, violento cuando nos referimos a una literatura resultado de la experiencia de exilio.

No obstante, entre la comunidad existía cierto temor por no ser tomados en cuenta en ningún lado: en México por ser extranjeros y en Argentina por haber publicado fuera del país. Esto abre una nueva problemática relacionada con las tensiones entre lo nacional y lo posnacional; me refiero a la conformación de cánones literarios locales y a la distribución estratégica de libros por parte de la industria editorial, fenómenos que sería importante estudiar en relación con lo posnacional.

De igual manera, hemos de señalar que la literatura del exilio busca crear espacios ficcionales que sobrepasen las fronteras políticas, es decir, la literatura se nutre del intercambio cultural que surge del desplazamiento de los cuerpos en un espacio transfronterizo, intentando identificarse con algún elemento identitario colectivo. En el presente caso, la lengua fue este componente identitario encargado de nuclear las distintas escrituras durante el destierro argentino en México, refugio inagotable y, a la vez, patria compartida que agrupaba experiencias, sobrepasando las normas creadas en torno a lo nacional. Así nos los deja ver Tununa Mercado, quien acepta haberse vuelto consciente de lo nacional en una situación compleja para la conformación de su identidad personal y haber roto esas barreras imaginarias lejos de su patria, refugiándose en la lengua durante los momentos más complicados de su destierro: “En mi caso fue el exilio la condición que hizo posible ese vislumbre de un horizonte más allá de lo nacional, de la nacionalidad, de la tradición o el terruño, y todas las variantes que tiene la lengua para describir la atadura a una tierra natal” (2000: 125). En un sentido similar, Mempo Giardinelli y Jorge Luis Bernetti (2014) hablarían de un proceso de “desprovincialización” que se llevó a cabo con la llegada de los argentinos a México propiciando el estrechamiento de lazos compartidos con Latinoamérica y ampliando su visión de mundo más allá de los límites políticos.

Ahora bien, el reflejo de lo dicho hasta el momento aparece de forma concreta en las preocupaciones literarias de las y los escritores mencionados, textos que tienen al exilio y la violencia como dos de sus principales hitos de reflexión. El primer punto a tomar en cuenta a la hora de sentarse a escribir literatura desde el destierro es ¿qué registro del español utilizar?, ¿el mexicano o el argentino?, ¿una fusión de ambos? La resolución de estos cuestionamientos da como resultado un lenguaje híbrido. Por otro lado, también debemos resaltar los temas y preocupaciones a la hora de escribir, los cuales van desde narrar la propia experiencia de exilio (en qué condiciones se salió de la patria, cómo fue la llegada, el regreso, etc.), hasta cuestiones ambiguas como lo relacionado con “la pérdida” que acarrea el exilio (pérdida del país, del tiempo, de la familia, amigos, de los objetos personales, etc.) y, finalmente, una tendencia a construir personajes heterogéneos, algunos de ellos perdidos en sus pensamientos como en el exilio.

Una muestra de lo anterior la encontramos en los protagonistas de la novela Limbo (1989), de Noé Jitrik, una familia que no encuentra la forma de procesar su destierro y experimentan el terror por medio de trastornos mentales. Otros personajes, como los de Rolo Diez, en Papel picado (2003), tienden a ser entusiastas con el país de recepción, aunque esto signifique entrar en contacto con los rincones más sórdidos del crimen en la Ciudad de México, hasta que nuevamente se abre la posibilidad de volver a Argentina y ejercer el derecho a participar en la vida política que se les arrebató con el destierro. Y, por otra parte, encontramos algunos personajes como los de Mempo Giardinelli, en la novela Qué solos se quedan los muertos (1985), quienes tienen una segunda oportunidad de redimir lo que en un momento interpretaron como huir de su destino (exiliarse) y se enfrentan decididamente al narcotráfico en México, quizá una acción por demás suicida. Precisamente, me interesa resaltar la construcción del protagonista de esta última novela, un personaje solitario que refleja la creación híbrida de la literatura posnacional. José Giustozzi, periodista exiliado en México, intenta resolver el asesinato de su expareja, Carmen Rubiolo, ocurrido en Zacatecas, sin embargo, pronto se dará cuenta que la situación es más compleja de lo que imagina, pues las autoridades del país están coludidas con los presuntos culpables. En un momento dado, el comandante de la ciudad, encargado de procurar justicia, intentará intimidar al protagonista para alejarlo del caso, la forma más inmediata que encuentra es preguntarle por su situación migratoria, tratando de buscar alguna falla que lo ponga en ventaja. A esta pregunta, Giustozzi responde no con una explicación formal, sino con un alegato que demuestra su conocimiento de la cultura local y su fusión con esta durante el tiempo de su exilio, una forma de decirle al comandante que no necesita papeles que lo avalen, pues efectivamente es extranjero, pero también mexicano y, podríamos agregar, sobre todo profundamente latinoamericano. Estas son las palabras de José Giustozzi:

Afirmé que pagaba mis impuestos con toda puntualidad, y que se me podía considerar guadalupano, ya que nunca le falté a la virgencita desde que llegué a este bendito país. Dije ser porrista de los Pumas de la unam, priista si hubiera nacido en México y que este país era maravilloso porque —recité— “el Niño Dios le escrituró un establo, y los veneros de petróleo el Diablo”. (1991: 30)

Esta cita es de vital importancia si retomamos punto por punto las cuatro referencias con las que se identifica el personaje frente a la autoridad que lo cuestiona, figura institucional encargada de cuidar la seguridad del Estado (e implícitamente las fronteras). Giustozzi hará referencia, en primer lugar a la virgen de Guadalupe, probablemente la imagen del culto religioso católico más venerada en México y una de las más conocidas por los creyentes católicos en Latinoamérica (el día de su festejo es de asueto nacional en México); en segundo lugar, hará alusión al deporte más popular (el fútbol) y al equipo de la universidad más grande del país, los pumas de la unam (Universidad Nacional Autónoma de México); en seguida se identificará, probablemente de forma irónica, por lo que representa su interlocutor, con el partido político que gobernó al país durante más de 70 años seguidos (Partido Revolucionario Institucional); y, por último, será especialmente significativa la cita al poema “Suave Patria”, de Ramón López Velarde, uno de los poetas más importantes de México. Pero más allá del contenido de los versos mencionados, y de otras referencias directas a la novela Pedro Páramo (1995), de Juan Rulfo, en las que no ahondaremos por cuestión de espacio, esto demuestra el estrecho contacto entre dos sociedades latinoamericanas y la interacción existente entre sus sistemas literarios que no son distintos, sino fragmentos relacionados entre sí, a la vez que parte de uno más grande, el cual hemos identificado hasta ahora como literatura latinoamericana (posnacional).

Asimismo, un segundo ejemplo que quiero traer a colación es el del protagonista de la novela Diario negro de Buenos Aires (2019), de Federico Bonasso, autor de una generación más joven que Giardinelli y quien también llegó exiliado a México junto con sus padres desde la década de 1980, donde actualmente reside. El personaje principal de este libro experimenta una situación excepcional: el regreso a Argentina después de muchos años de destierro. Lo que encontrará en Buenos Aires no es la tierra que le habían prometido a la distancia sus padres, sino una ciudad imbuida en su propia dinámica que sigue adelante el curso de su historia sin reparar en nadie. El protagonista, argentino de nacimiento, no se halla cómodo dentro de las fronteras nacionales de “su país”, los códigos que posee después de vivir muchos años en México son distintos a los que encuentra en la ciudad porteña. No sabe cómo ordenar comida en un restaurante ni cómo pagar el transporte público o tratar con los vecinos y, sobre todo, no comprende si lo que experimenta es un regreso o un segundo exilio: “el presente es una nueva geografía, que me ofrece […] una libertad no desdeñable. Soy un anónimo absoluto” (Bonasso 2019: 12).

En el texto de Bonasso también encontramos un trabajo con el lenguaje más allá de lo nacional, pues mezcla armónicamente dos dialectos del español, el mexicano y el argentino, además de situar el foco de la narración en un personaje que se siente extranjero en la que debiera ser su tierra. Así lo demuestra una plática con amigos que recién ha conocido en Buenos Aires: “Comenzaron a preguntarme por México y por primera vez me encontré en aguas conocidas” (2019: 76). Su comodidad está dada por hablar de un país que siente como suyo, México. Entonces cabría preguntarnos ¿a dónde pertenece realmente el protagonista? Y retomando las preocupaciones expuestas al inicio ¿esta es una novela argentina o mexicana?, ¿el autor es de “aquí” o de “allá”? (utilizo deliberadamente los deícticos). Esta novela ejemplifica muy bien el desconcierto frente a las fronteras políticas que cuestiona la literatura posnacional, dado que no basta con tener un documento oficial que nos identifique como ciudadanos de determinado país si no se ha dado una convivencia con el mismo durante muchos años, pero el conflicto se suaviza si insertamos la novela dentro de un territorio más amplio, ni exclusivamente argentino ni mexicano, sino uno donde los códigos culturales sean compartidos, me refiero al latinoamericano.

Las novelas retomadas a lo largo de este trabajo, son fruto del cruce expuesto entre violencia y exilio, pues todas ellas fueron escritas en el destierro mexicano y, por ende, condensan el profundo conflicto identitario, estético y literario de escribir más allá de las fronteras políticas nacionales. A la vez, construyen un tipo de literatura que abreva de múltiples fuentes culturales. Sin embargo, resulta más atinado dejar de lado los cuestionamientos nacionales y situar estos textos dentro de una propuesta posnacional, la cual no se rige por pasaportes ni carnets de identidad, sino por el sentimiento de pertenencia a una cultura transfronteriza, inclusiva y plural.

Finalmente, podemos decir que la literatura posnacional requiere un nuevo abordaje teórico y, sobre todo, una nueva forma de acercarnos a los textos, en la que al leer no debamos pensar que tal o cual libro son exclusivos de una nación. Cuando leemos esta literatura, cuando un escritor plasma sus ideas en el papel y un personaje se expresa, aún cabría la pregunta ¿de dónde son estas palabras?

De varios lados y de ninguno en específico. Pero, sin dudarlo, debemos comprender que son producto de una cultura compartida, de fronteras atravesadas por la lengua, de reflexiones llevadas a cabo a la distancia y, por ende, resultado de una literatura posnacional que busca construir identidades diversas, más cercanas a los tiempos actuales en que vivimos, en donde lo que ocurre en un lugar del mundo repercute en el extremo contrario sin por ello significar dos fenómenos distintos. La literatura posnacional cuestiona las dicotomías frontera/nación, política/violencia y, sobre todo, escritura/exilio, entendiendo que no son motivo de separación, sino un ejercicio dialéctico cultural que va más allá de los nacionalismos implantados en la población.

Referencias

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