Carlos A. Aguilera (ed.) (2020):

Teoría de la transficción. Narrativa(s) cubana(s) del siglo XXI

Columbia: Editorial Hipermedia, 204 pp.

Reseña de Ivonne Sánchez Becerril

UNAM, Instituto de Investigaciones Filológicas

En este volumen, Carlos A. Aguilera nos presenta una antología de relatos en tensión con las nociones de literatura, ficción, realidad, presente, nación, el Yo. Digo relatos en un sentido amplio, pues aunque la mayoría son cuentos (i.e. ficciones) hay algunos que se sitúan en la frontera difusa con otros géneros no-ficcionales. Los diecinueve textos son reunidos en esta misma antología gracias a que son presentados por Aguilera, en el texto homónimo al libro que inaugura la antología, bajo la provocadora etiqueta de transficciones. De tal forma que el libro es al mismo tiempo, una propuesta teórico-crítica de comprensión de la narrativa cubana del siglo XXI (yo diría que a partir de los noventa, por algunos de los textos incluidos), como un corpus de narraciones “transficcionales”. En ese sentido, quizá hubiese sido más afortunado un título distinto para el volumen (referir a la teoría de la transficción en un subtítulo tal vez) con el objetivo de no generar confusión alguna entre los posibles lectores sobre su naturaleza. El subtítulo que tiene el libro ‒Narrativa(s) cubana(s) del siglo XXI‒ parece esconderse, pues no aparece sino hasta la segunda portadilla.

La propuesta de transficción/transficcionalidad de Aguilera se aleja tanto de la que introdujera Richard Saint-Gelais, en la academia francesa en su libro Fictions transfuges. La transfictionnalité et ses enjeux (Seuil) en 2011, como de la que reúne a los diversos autores del libro Transfiction. Research into the realities of translation fiction, editado por los académicos austriacos Klaus Kaindl y Karlheinz Spitzl (John Benjamins) en Viena en 2014. Si bien para Saint-Gelais las ficciones transfugas y la transficcionalidad refieren a narraciones que amplían, continúan o modifican mundos diegéticos (ficcionales en términos generales) de otros autores –por ejemplo, la fanfiction, los textos no canónicos Holmesianos, zombificaciones literarias, los ejercicios crítico-literarios de Pierre Bayard o el traslado-extensión de un universo diegético a otros medios‒; para los autores reunidos por Kaindl y Spitzl la transficción alude a la ficcionalización, la imaginación estetizada, de la acción traductora, y reconoce el poder de la ficción como un recurso académico que ayuda a expandir la amplitud y profundidad de los estudios sobre traducción.

Aguilera, en cambio, considera que la transficción apela tanto a la condición, que ha venido a sustituir a la Autonomía/Postautonomía postulada por Josefina Ludmer (2009), por lo que “todo aquello que antes solía considerarse ‘fuera’ de lo literario o artístico, su horizonte de guerra, y ahora se asimila, se lee, se recicla, se teatraliza desde la intensidad […] todo eso que configuran un espacio donde el self, el imaginario y lo procesual niega la ideología que tradicionalmente la ha convertido en otra cosa, en bicho homogéneo” (Aguilera 2020: 12). Una forma de pensar y escribir sobre el “límite-ahora”, aquello “que siempre se mueve encima de una red compleja” (2020: 12) y que no apela (directamente) a ese crear realidad planteada por Ludmer. La selección de textos atraviesa la producción narrativa de autores de dos generaciones (noción empleada aquí bastante laxamente), aquella bautizada por Salvador Redonet en 1993 como “novísimos” y la reciente Generación 0. La antología resulta muy sugerente, pues los relatos entran en ricos diálogos que permiten al lector vislumbrar las preocupaciones literarias, políticas y ontológicas de los escritores cubanos más interesantes y propositivos de las tres últimas décadas. Autores reconocidos (y publicados) internacionalmente por su calidad literaria como José Manuel Prieto, Ena Lucía Portela, Carlos Manuel Álvarez, Idalia Morejón, Ronaldo Menéndez, Iván de la Nuez, Legna Rodríguez Iglesias o Jorge Enrique Lage, en yuxtaposición con voces igualmente sugerentes pero que han corrido con menos suerte editorial (trasnacionalmente) como Abel Fernández-Larrea, Ahmed Echevarría, Pablo de Cuba Soria o Radamés Molina. Se resiente la omisión de escritoras en la selección de Aguilera, que si bien incluye a tres, da cuenta de una persistencia en la dominante masculina para hacer su propio canon transficcional, cuando algunos textos de Anna Lidia Vega Serova, Mylene Fernández Pintado o Agnieska Hernández Díaz hacen eco con los ejes de interés de Aguilera para conformar la antología.

En el contexto del agitado presente cubano, llamó mi atención la inclusión “El nombre y la urna (un cuento jovial)” no solo porque fue originalmente publicado en 1993, sino por su vigencia tanto estética como temática; tres estudiantes universitarios deciden “correr la suerte de Ugolino”, morir de inanición encerrados. El relato es una inteligente versión que reescribe al fatídico destino de los hijos de Saturno a través de la ficcionalización de Ugolino della Gherardesca de Dante en un ejercicio que devela y pone en tensión la performatividad de la disposición del texto en la página, la relación con otros textos para saturar de sentido la trama, y su carácter meta-reflexivo. Pero estos rasgos también refieren al resto de las narraciones de la antología, ya sea en las minificciones de Radamés Molina al amparo del título de “Prosas”, en el mundo paralelo de “White Trash” de Jorge Enrique Lage o las tres perspectivas que integran “Antihéroe. Un homenaje a José Martí” de Legna Rodríguez Iglesias. Textos en los que se exploran y retan a la formas de narrar como “Cabeza” de Ramón Hondal; que redefinen nociones nodales como “Armazón que sobre sí misma se arma” de Pablo de Cuba Soria; o que van de la intertextualidad a la transficcionalidad (aquí la propuesta de Saint-Gelais) como “Umbral” de Rolando Sánchez Mejías o “Cerdo y hombres, o, el extraño caso de A.” de Ronaldo Menéndez, una variación a la anécdota encierro (otro) entre Claudio y Bill, de su novela La Bestias (otro doctorando se confronta filosófica y ontológicamente con, lo así denominado, Lo Negro, una máquina de devorar todo lo que no sea su propio cuerpo y la circunstancia de la precarización de la vida). Hay una importante presencia de la impronta de la vida e imaginario del ex Bloque Socialista, desde “Sin descansos ese verano” de José Manuel Prieto (una constante en su obra) pasando por “Absolut vodka” de Abel Fernández-Larrea o algunos textos de Radamés Molina, a “9550” de Abel Arcos. O el texto (de no-ficción o no ficcional) del ensayista Iván de la Nuez, “El atleta que surgió del frío”.

Además, claro, son fundamentales los núcleos de tensión que Carlos A. Aguilera identifica en la presentación de la antología, “Teoría de la transficción”: la problematización de la nación-nacionalismo que llama trasnacionalismo pero que podría llamarse también transterritorialidad, como lo plantea Iván de la Nuez (en La balsa perpetua, por ejemplo); el sincretismo entre ligereza y densidad literaria (quizá en diálogo-debate con lo que Odette Casamayor Cisneros llama ingravidez en Utopía, distopía e ingravidez); la difuminación de géneros y multimodalidad de los textos (que Aguilera llama específicamente transficción); la transtemporalidad que define como un kitsch de temporalidades (que merecería una revisión más detenida para contrastar con las nociones de heretogeneidad multitemporal, heterotopías y temporalidades intrincadas, de Canclini, Foucault y Mbembe, respectivamente). Finalmente, el transyo: la conversión ‒desencapsular el Yo, dice Aguilera‒ de la primera persona del singular en otras cosas (2020: 14). Este núcleo es quizá el más confuso, pero comprende (según entiendo) esa subversión y escenificación de la performatividad del Yo de los que se aprovecha, por ejemplo, la autoficción, pero que en última instancia reafirma al extremo que ese Yo nunca es referencial al mundo fuera de la diégesis; algo aparentemente obvio, pero que se vuelve problemático en textos que se escriben en la frontera entre ficción-realidad, que van más allá de la autonomía literaria.

Aunque Aguilera abusa del prefijo trans para la creación de neologismos, coincido plenamente con él en la transversalidad de estos narradores y los núcleos de tensión que identifica en las narrativas cubanas que incorpora en su antología. Sería interesante ampliar tanto su reflexión sobre dichas tensiones y su importancia en el complejo contexto cubano de las últimas tres décadas, como su propuesta de una teoría de la transficción cubana, pues muchos de sus planteamientos son (sugerentemente) ambiguos e inacabados, pero sobre todo difíciles de aprehender. En el caso de la relación de sus núcleos de tensión y contexto, me atrevería a proponer que se viera la serie de estrategias que emplean los autores antologados por Aguilera como formas de visibilizar y cuestionar la complejidad de las diversas violencias ‒subjetivas y objetivas si recurrimos a la clasificación de S. Žižek (2008)‒ experimentadas por los cubanos en una continuidad topológica (Han 2017) que los llevan al límite, a la deriva o a establecer relaciones conflictivas ontológicamente con ese contexto. Un libro sugerente en su planteamiento, pero sobre todo, una muy buena antología de la narrativa cubana de las tres últimas décadas.

Referencias

Casamayor-Cisneros, Odette (2013): Utopía, distopía e ingravidez: Reconfiguraciones cosmológicas en la narrativa postsoviética cubana. Madrid: Iberoamericana-Vervuert.

Han, Byung-Chul (2017): Topología de la violencia. Barcelona: Herder

Kaindl, Klaus y Spitzl, Karlheinz, (eds.) (2014): Transfiction. Research into the realities of translation fiction. Viena: John Benjamins.

Ludmer, Josefina (2009): “Literaturas postautónomas 2.0”, in: Propuesta Educativa, 32, 41-45.

Saint-Gelais, Richard (2011): Fictions transfuges. La transfictionnalité et ses enjeux. París: Seuil.

Žižek, Slavoj (٢٠٠٨): Violence. Six Sideways Reflexions. Nueva York: Picador