REVIEW ARTICLE:
Hablan los hijos. Tres obras para enriquecer los debates
sobre la post-memoria desde el Cono Sur.
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Jordana Blejmar (2016). Playful Memories The Autofictional Turn in
Post-Dictatorship Argentina, Nueva York: Palgrave Macmillan, 233
pages.
Gabriela Fried Amilivia (2016). State Terrorism and the Politics of
Memory in Latin America. Transmission Across the Generations of
Post-Dictatorship Uruguay, 1984-2004, Amherst: Cambria Press, 231
pages.
Daniela Jara (2016). Children and the Afterlife of Violence.
Memories of Dictatorship, Nueva York: Palgrave Macmillan, 168 pages.
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Hendrikje Grunow
Universität Konstanz
A 30 años de terminadas las dictaduras del Cono Sur, y bien
establecidos los discursos y memorias sobre el terrorismo de estado,
la persecución política y el destino de militantes opositores de
estos regímenes, se empiezan a escuchar nuevas voces contando
también historias de niñez e infancia durante las dictaduras
militares. Estos otros testimonios, centrándose en experiencias de
persecución política y abducción de los padres, enriquecen los
debates sobre la postmemoria y la transmisión de memorias de una
generación a otra. Los trabajos de Jordana Blejmar, Gabriela Fried
Amilivia y Daniela Jara investigan estos aspectos en el caso
argentino, uruguayo y chileno, respectivamente, enfocándose tanto en
producciones culturales como en los testimonios de los hijos y –
cuando posible – de los padres.
Acercamientos a y desviaciones de la postmemoria
Children and the Afterlife of Violence se basa en la tesis doctoral
de la socióloga Daniela Jara sobre la así llamada segunda
generación, las personas que nacieron en el Chile de la dictadura de
Augusto Pinochet. La investigación se sustenta en un trabajo de
campo realizado entre el 2008 y el 2012, en el que la autora
entrevistó a varios hijos de familias de trasfondo izquierdista de
forma individual y grupal. En estas entrevistas se enfocó en los
afectos y las emociones, porque considera que la intimidad y el
afecto influyen en cómo y qué recordamos del pasado (1). El ámbito
familiar le sirvió a la autora no para establecer una especie de
genealogía del sufrimiento transmitido de los padres a los hijos,
sino como el espacio en el que las memorias se comunican a través
del cuerpo, los afectos y las emociones. Basándose en el concepto de
afterlife (la vida después de la vida) de Macarena Gómez-Barris, y
el argumento de Veena Das en su libro Life and Words, explica como
los efectos simbólicos y materiales del evento violento persisten y
continúan en la vida cotidiana de la generación siguiente, por
ejemplo, en el caso de la continua ausencia de los padres. Aún
cuando las cercanías teóricas a los estudios de los afectos son
notables, la autora no se preocupa por dar una definición de lo que
ella entiende por afecto.
El libro está dividido en cinco capítulos y la conclusión. En la
primera parte, la autora define y describe su trasfondo teórico,
refiriéndose en especial a los discursos de la post-memoria de
Marianne Hirsch, Aleida Assmann y Harald Welzer así como al concepto
de afterlife ya mencionado. Luego empieza a desglosar los impactos
de una cultura del miedo durante la dictadura de Pinochet y cómo
ésta experiencia tiene efectos hasta hoy en día, incluyéndose a sí
misma al momento de enfrentar sus propios miedos, hablando e
indagando sobre memorias que en una época fueron silenciadas por
cuestiones de vida o muerte. En el tercer capítulo, la autora se
dedica a la investigación del estigma que implicó tener padres
desaparecidos y de los discursos que utilizan los hijos para
apropiarse del pasado de los padres. En el siguiente capítulo, la
autora se centra en los procesos y las situaciones de transmisión
del legado político de los padres, subrayando la importancia de los
encuentros familiares cotidianos. Finalmente, contrasta las
experiencias de los hijos de padres desaparecidos usando el caso del
hijo de un militar y dos ejemplos de nietos de personas
desaparecidas para mostrar un ejemplo de la transmisión de otra
versión sobre el pasado y dar un vistazo más allá de la segunda
generación.
El libro de la también socióloga Gabriela Fried Amilivia sobre la
transmisión transgeneracional de memorias de la dictadura uruguaya
se caracteriza por un acercamiento diferente. Si bien se basa en la
etnografía y la historia oral como métodos de investigación, su
acercamiento psicoanalítico y el vocabulario empleado resultan en
una obra más conservadora en términos de escritura científica.
Entendiendo el trauma no como una herida del pasado, sino como
proceso intra- e intersubjetivo que depende mucho de la comunidad y
el entorno del afectado, elabora dos procesos de transmisión: formas
de ser y formas de saber. Ambos son aplicados de manera muy
fructífera en el análisis de testimonios de hijos de desaparecidos y
prisioneros políticos. Lamentablemente, la marcada separación entre
capítulos empíricos, histórico-políticos y teóricos no permite ver
las conexiones entre lo enunciado por los entrevistados y las
respectivas políticas públicas.
En el primer capítulo, Fried Amilivia introduce su trasfondo teórico
acerca de los conceptos del trauma y la transmisión. Luego, la
autora presenta los marcos de referencia sociales de la memoria,
esbozando las políticas públicas uruguayas frente al pasado
dictatorial. En el tercer capítulo desarrolla con más profundidad la
transmisión de memorias en casos de desaparición forzada en términos
de formas de ser y de saber y, en el cuarto, siguiendo la misma
metodología, desarrolla la transmisión de memorias a familiares de
prisioneros políticos. En el quinto capítulo vuelve otra vez a las
políticas públicas de la memoria y cómo éstas se han desarrollado
durante los recientes gobiernos del Frente Amplio. El libro termina
con un apéndice analizando dos cartas de prisioneras políticas a sus
hijos.
En Playful Memories, Jordana Blejmar se acerca a la temática de los
relatos de los hijos de la dictadura enfocándose en la literatura,
películas y obras de arte desde una perspectiva de los estudios
culturales. Desarrollando las bases del género de la auto-ficción,
resalta que las obras producidas por la segunda generación en
Argentina se caracterizan por su acercamiento lúdico, irreverente,
no-solemne y no-monumental al pasado traumático (1-2). Blejmar
demuestra cómo los autores y artistas juegan con la propia historia
y el material testimonial y lo transforman en nuevos discursos sobre
la memoria, la experiencia de persecución política y el trauma
haciendo uso de géneros populares. Comparado con los otros dos
libros, el enfoque de Blejmar no es tanto en el contenido de lo que
se transmite a través de las generaciones, sino más bien en cómo se
tratan las temáticas traumatizantes en las obras. El proceso de
apropiación de las memorias retomado de manera creativa e
irreverente permite nuevos discursos testimoniales no sin respeto,
pero sí sin remordimientos.
Después de introducir el género de la autoficción en el caso
argentino, la autora describe a más profundidad las bases teóricas
con respecto al género del testimonio, cuestiones de representación
en obras ficticias, y el giro subjetivo y afectivo en la autoficción
argentina. En el tercer capítulo analiza la forma en la que el uso
de muñecos Playmobil en la película Los rubios de Albertina Carri
desencadenó debates sobre el carácter realista de las
representaciones del pasado. El cuarto capítulo trata de la
autoficcionalización y parodia en el blog Diario de una princesa
montonera de Mariana Eva Pérez, que añadiendo la dimensión de la
desaparición forzada, complica la aplicación de conceptos como el de
postmemoria en otros contextos locales, como por ejemplo el
argentino. Luego, Blejmar investiga las relaciones entre el
testimonio, el cuento y la fábula en el caso del libro infantil La
casa de los conejos de Laura Alcoba. El sexto capítulo trata los
collage de Lucila Quieto como formas de memorias de un pasado
hipotéticamente diferente. Le sigue un capítulo dedicado a las
novelas Los topos y Las chanchas de Felix Bruzzone, donde analiza
procesos de enajenación de la memoria propia. El octavo capítulo se
dedica al cambio de perspectiva cuando los hijos de personas
desaparecidas o torturadas se imaginan los mundos de los
perpetradores, como en Soy un bravo piloto de la nueva China de
Ernesto Semán.
Intersecciones de lo público y lo privado
Sobre todo los estudios del caso chileno de Jara y del caso uruguayo
de Fried Amilivia ofrecen también testimonios vivaces de la
tenacidad de la separación de lo público y lo privado bajo las
dictaduras. Ambas autoras cuentan varios ejemplos en los que los
hijos se vieron obligados a vivir una especie de doble vida. Mucho
de lo que se habló en la casa no se pudo contar ni en el colegio, ni
en las casas de los amigos, contribuyendo así a una cultura del
secretismo y del miedo. También se mezclan los ámbitos de lo
político y de lo emocional en estos relatos, enfatizando en los
sentimientos de abandono por “la causa” que sintieron muchos hijos
de padres desaparecidos. Mientras que los padres lucharon por un
futuro mejor para sus hijos, éstos frecuentemente tuvieron que
lidiar con las consecuencias a largo plazo de las luchas de sus
padres, generando muchas veces en ellos un entendimiento de un
legado histórico-político, pero también sentimientos de abandono y
frustración.
Los debates desatados por la película Los rubios descritos en
Playful Memories también apuntan a dos aspectos relacionados:
primero, que las emociones y los afectos de los hijos han sido
considerados menos importantes que las memorias políticas de los
militantes, y segundo, que la manera de representar incidentes de
desaparición y tortura con muñecos ofendieron tanto a los
sobrevivientes como a los historiadores por no representar el
sufrimiento en términos realistas. Sin embargo, como afirma Blejmar,
ese requisito de representación realista resulta en repeticiones o
reproducciones, pero su utilidad para la transmisión de legados
traumáticos es dudosa.
Ampliando la definición de la víctima
Las tres obras ofrecen también distintas maneras de acercarse a la
definición de la víctima. Hasta ahora, ésta se ha entendido ante
todo en términos legales, siendo los ejemplos más reconocidos los
desaparecidos y los prisioneros políticos. Sin embargo, como lo
enuncian las autoras respecto a sus objetos de estudio, falta
incluir a los hijos de estos sujetos en la discusión. Los hijos se
apropian de la historia tanto en términos legales como discursivos.
Para Daniela Jara, es importante abrir el debate sobre la
experiencia de las víctimas para incluir también ambigüedades, las
así llamadas zonas grises de la memoria que cuentan de los efectos
de la violencia sobre la vida subjetiva e intersubjetiva (2), ya que
el debate chileno tiende a enfocarse en narrativas binarias.
Fried Amilivia y Blejmar además arguyen que los hijos de personas
desaparecidas sufrieron la ausencia de sus padres, cuando no fueron
testigos directos de su abducción, convirtiéndolos así en víctimas
propias de la dictadura. Blejmar también se interesa por la
expresión de estas historias en términos discursivos. Sobre todo los
casos de los collage de Lucila Quieto y el blog de Mariana Eva
Pérez, que se atreven a narrar memorias alternativas de lo que
hubiera podido ser, se salen de una lógica de transmisión del trauma
en términos exclusivos de sufrimiento y se apropian del pasado
orientándose en futuros más alegres.
Autoría y experiencia propia
Una particularidad latinoamericana respecto a los estudios de la
memoria es la frecuente coincidencia de que los investigadores de la
memoria han sido también afectados por esta misma. Esto tal vez se
explica por la poca distancia temporal a los hechos investigados.
Por ejemplo, si lo comparamos con el Holocausto o la esclavitud, en
estos casos la mayor parte de los testigos directos ya no están
vivos y ya no pueden aportar a la discusión teórica sobre la
memoria. En el caso de las dictaduras del Cono Sur, sin embargo, las
memorias están vivas y varios de sus interlocutores se encuentran
ahora en posiciones académicas que les permiten articular sus
experiencias dentro de y ampliando marcos teóricos ya existentes.
Cómo y desde qué punto de vista se habla de las experiencias de los
hijos conecta también con la pregunta de autoría en las tres obras.
La que más visible se hace en cuanto a su propia experiencia y la
que más lo entiende también como una forma de acercarse a sus
respectivos interlocutores, es Daniela Jara. En varias entrevistas,
resalta cómo su posición le facilitó construir una especie de
confianza con los entrevistados y le permitió crear espacios donde
se pudo hablar de las memorias compartidas, pero pocas veces
enunciadas fuera del ámbito privado de la familia. Tanto Fried
Amilivia como Blejmar en varias ocasiones también afirman su
posición como testigos de la época. Para Fried Amilivia, esta
posición le sirve para subrayar la importancia política de su
proyecto. Además de este pronunciamiento político, la aprovecha
también como un gesto para construir mayor credibilidad.
En el caso de Blejmar, sin embargo, la afirmación de compartir
memorias sobre la infancia durante la dictadura argentina, apunta
también al derecho de hablar de cualquier persona afectada por
eventos históricos. Como lo explica respecto a las obras
autoficcionales investigadas por ella, ya existen novelas sobre
niños de padres desaparecidos de autores que no han vivido esta
experiencia en carne propia, pero éstas se distinguen por su tono
más serio y mucho menos atrevido en cuanto a romper las reglas de
géneros literarios como el testimonio y la biografía (206).
Ampliando la post-memoria
Los tres libros ofrecen aportes muy valiosos e interesantes sobre el
panorama de las post-memorias en el Cono Sur. Cada autora no
solamente se preocupa por presentar otro contexto regional, sino que
todas logran ampliar el concepto de la postmemoria, la idea de lo
que entendemos por las víctimas de las dictaduras, y también con
respecto a las formas de expresión de la memoria, enfocándose tanto
en las conexiones afectivas como en las expresiones corporales y
artísticas de legados traumáticos. También demuestran una
preocupación por el desarrollo de acercamientos teóricos propios
para la región, que ojalá encuentren aplicaciones también en otros
contextos, como por ejemplo en las sociedades del postconflicto en
Perú, Guatemala o Colombia, entre otros. Ya que las tres obras están
escritas en inglés, más allá de las discusiones regionales, las
autoras pueden también aportar casos concretos a los debates
teóricos en los estudios de la memoria en habla inglesa, sobre la
transmisión de afectos (en el caso de Jara), el género de la
autoficción (en el caso de Blejmar), y la conceptualización de
procesos de transmisión (en el caso de Fried Amilivia). Además del
público general interesado en memorias inter- y transgeneracionales
de las dictaduras del Cono Sur, las monografías pueden ser útiles
para sociólogos, antropólogos e historiadores, así como
investigadores en estudios culturales en general, que trabajan en
temas relacionados con la transmisión de memorias a través de las
diferentes generaciones.