Jennifer C. Nash (2014)


The Black Body in Ecstasy. Reading Race, Reading Pornography


Duke University Press, 219 pp.



Reseñado por Rocío Vera Santos


Freie Universität Berlin


Jennifer Nash, profesora asistente de Estudios Americanos y Estudios de Mujeres en la Universidad George Washington, publicó el resultado de su tesis doctoral, la misma que en base a aportes de los estudios queer, de la teoría crítica de la raza y del feminismo negro, investiga cómo las ficciones raciales producidas en films pornográficos pueden crear espacios de agencia. Con ello se presenta una nueva interpretación de raza y sexualidad, negritud y placer, que puede resultar interesante para un público académico especialista en estudios de género, sexualidad, teorías feministas pornográficas y de la representación.


La autora, en particular, se interesa por las posibilidades de éxtasis tanto a nivel personal (estético, erótico, sexual) como social, ya que éstas dan paso a la formación de comunidades políticas e identidades (3), al posicionar justamente el tema de la subjetividades negras en un espacio de representación cinematográfica que de manera continua ha cosificado al sujeto negro y negra. Con su estudio, la autora define dos aspectos apenas estudiados sobre la raza y la representación: placer y performance, subrayando la importancia de la articulación entre subjetividad sexual y racializada. Para ello, la autora entiende la raza como una estructura contingente de dominación histórica y social que es constituida en parte por la «stylized repetition of acts», a través del performance. En este sentido, dentro de la pornografía, la raza es interpretada como una tecnología de dominación, pero también de placer y deseo (5).


El libro se estructura en cinco capítulos. En el primero, la autora hace referencia a los estudios feministas sobre pornografía y representación, brindando una nueva lectura sobre pornografía racializada. En los capítulos 2 y 3, analiza los black-films pornográficos hardcore más representativos de la Golden Age de los años setenta: Liahle y Sexworld, identificando escenas de placer no solo de los protagonistas sino también de la audiencia presente en las salas de cine. En los capítulos 4 y 5, analiza también los films más representativos de la Silver Age de los años ochenta: Black Taboo y Black Throat, a fin de responder cómo la raza se convierte en el objeto de humor de ambos films. Mediante este análisis, la autora crea una nueva entrada dentro del feminismo teórico negro, a partir de una relectura del éxtasis, entendido éste en toda su complejidad, paradojas y contradicciones.


El primer capítulo resulta interesante dada la revisión crítica que ofrece la autora sobre las teorías feministas en relación con la pornografía, identificando cuatro corrientes: antipornografía, propornografía, sexo-radicalismo y los estudios feministas sobre pornografía.


Las feministas antipornográficas argumentan que el placer sexual de las mujeres está mediado por el patriarcado y otras estructuras de dominación como la heterosexualidad, colocando una «sombra» en sus experiencias placenteras. Las feministas propornografía consideran a ésta como una forma de liberación y por tanto critican la llamada «victimización feminista» respaldada por las leyes, las cuales censuran el trabajo pornográfico. Las sexo-radicalistas, en cambio, conciben a la pornografía no como un sitio de subordinación o de agencia, sino como dos elementos que se constituyen mutuamente. Proclaman los derechos de la autonomía sexual, el placer y la subjetividad. Estas teorías promueven la diversidad sexual, desmantelando las jerarquías sexuales y raciales. Las feministas de estudios pornográficos, por su parte, se han interesado en particular en estudiar cómo la raza produce significados y genera placeres en la producción pornográfica.


Considerando los aportes y limitantes de cada una de las corrientes, la autora asume una posición teórica que se acerca al sexo-radicalismo y a los estudios feministas pornográficos, abogando por una teoría positiva del sexo, la misma que ubica al placer como un espacio de subjetividad más que de simple agencia; mostrando además cómo la pornografía racializada evidencia formas culturales, fantasías colectivas y ficciones raciales (21). Para ello, la autora utiliza como metodología el close reading considerando el texto, el contexto, las representaciones y, en el caso de los films, las posibles múltiples respuestas de los espectadores. Con esta metodología, la autora identifica la función social de la pornografía en contextos históricos específicos, sobre todo tomando en consideración el uso tecnológico y las representaciones de placer que los films presentan.


Las ficciones raciales son identificadas por la autora a partir de una revisión de las producciones de la cultura visual, encontrando cinco formas de representación: pedagogía, epistemología, temporalidad, metonimia y trabajo de recuperación.


La pedagogía hace referencia a una serie de representaciones del cuerpo de mujeres negras vistas como objetos para ser manipulados y controlados, estas representaciones giran en torno a estereotipos de mujer negra madre-niñera, o de mujer negra-hipersexualizada.


Como epistemología se argumenta que la mujer negra ha sido representada de manera regular en la pornografía contemporánea haciendo referencia a los traumas sexuales y raciales del pasado. Esta representación se asocia con la temporalidad, ya que hace referencia justamente al origen esclavista de la representación racializada y sexualizada de las mujeres negras.


En la representación de metonimia se hace referencia a la asociación de mujer negra con ciertas imágenes o iconos, se menciona el caso de la llamada Venus de Hottentot en donde su cuerpo se usó como representación general del cuerpo de la mujer negra haciendo énfasis en el exceso.


En el trabajo de recuperación se hace referencia a las representaciones del feminismo negro que intentan «salvar» el cuerpo de la mujer negra de la violencia racial en el campo visual a través de autoretratos. Para ello, la autora retoma el trabajo de artistas negras como Harris, Cox y Willians por medio de los cuales en algunos casos se contrarresta la objetivación.


En el análisis del film Lialeh y Sexworld (capítulos 2 y 3), la autora, si bien reconoce que por un lado hay una reproducción de estereotipos vinculados a la hipersexualidad, por otro lado también evidencia que estos mismos estereotipos pueden ser un vehículo de performance de deseo, placer y éxtasis entre los y las protagonistas, así como también su audiencia (98). Su argumento alude a la representación del placer y el éxtasis como espacios de subjetividad y resistencia.


En el film Black Taboo (capítulo 4) la autora analiza la articulación entre raza, género, placer y humor en las escenas pornográficas que dan muestra de ficciones raciales basadas en la generalización de que todas las personas negras son iguales. Aquí el humor o el reírse de ciertos estereotipos se convierten también en una herramienta crítica y de resistencia. En el análisis del film Black Throat (capítulo 5) la autora indica que la intención del film de marcar diferencias raciales vinculadas a la sexualidad termina demostrando que las prácticas sexuales son idénticas, sin importar del color de los protagonistas.


En general, puede señalarse que, si bien hay un abordaje teórico crítico a las teorías feministas sobre los estudios pornográficos, la metodología de close reading está muy poco desarrollada y es poco probable que se evidencie su aplicación en el análisis empírico de los films. Mientras que en el análisis que se realiza a los autoretratos de Harris y Cox y el de Willians, se muestran aspectos de subjetividad negra, agencia y criticidad por parte de las actrices, en el análisis de los films estas categorías no son tan evidentes, ya que la autora tiende más a describir de manera extensa las escenas eróticas que a analizar los espacios de agencia, los cuales no dejan de estar cargados de estereotipos racializados y de objetivación del cuerpo negro. Es ahí donde se encuentra un limitante a su análisis empírico.


Su análisis de la pornografía racializada intenta revelar que la negritud debe ser entendida como un complejo circuito de deseos y placeres, pero sobre todo como un espacio de subjetividades negras. El principal aporte de su trabajo teórico se encuentra al articular las categorías de raza, género y placer en la cultura visual pornográfica, brindando una nueva entrada de análisis a las perspectivas teóricas del feminismo negro. Qué sucede en la actualidad con la pornografía racializada es una temática que la autora no aborda y que valdría la pena contrastar.