Mario Waissbluth:

Se acabó el recreo. La desigualdad en la educación

Editorial Random House Mondadori, Santiago de Chile: 2010, 191 páginas.

 

Reseña: Oscar Gabriel Vivallo Urra

 


“Este libro sobre educación y ciudadanía no es una novela, un relato, un ensayo, un estudio académico, un reportaje (…) es lo que usted quiere que sea, un libro-web, un grito de alarma e indignación, una propuesta (11)”. Así comienza Mario Waissbluth a hilvanar la intención con la cual desliza  su pluma, en estas casi doscientas páginas y once capítulos que reúnen su visión crítica respecto del sistema educacional chileno.

Y tiene razón. Se acabó el recreo, la desigualdad en la educación no es un texto académico. Waissbluth, mentor del movimiento ciudadano Educación 2020 (E-2020), interpela de manera coloquial al lector, denunciando con crudeza el “calamitoso estado de la calidad y equidad de la educación en Chile (13)”. Su prosa rehúye el lenguaje erudito, con el fin de hacer comprensible su contenido para la mayor cantidad de gente posible. Y en retrospectiva, su crítica incisiva no pudo ser editada en un momento más oportuno. El libro es publicado nueve meses antes del estallido del movimiento más grande de protesta estudiantil y social de los últimos veinte años de la historia chilena, sólo comparable con las sublevaciones acaecidas contra la dictadura del general Pinochet.

En los primeros capítulos del libro, el autor atribuye al rol histórico de las élites y a su participación en los gobiernos latinoamericanos la responsabilidad respecto de la deplorable situación reflejada en los índices de equidad en los ámbitos políticos, sociales, económicos y, en especial, educativos. Para ello se remonta al proceso de contrarreforma europea y de dominación política, religiosa y económica sobre los territorios conquistados al otro lado del Atlántico. El fundamentalismo colonialista, clasista y religioso se habría derramado “sobre América Latina de la peor forma imaginable (23)”, en la forma de un sistemático genocidio y subyugación de los pueblos indígenas originarios. Este proceso de dominación –expone Waissbluth- se habría traducido en una sociedad profundamente estratificada, con claras separaciones entre “blancos” (descendientes de europeos), la creciente población “mestiza”, los descendientes de esclavos africanos y la población indígena local.

Un punto interesante de esta interpretación histórica es la emergencia de una estructura económica basada en el entitlement. Con este anglicismo el autor refiere a una eventual prosperidad de las élites, escindida del esfuerzo y del trabajo. Es decir, el bienestar socioeconómico se transmite legalmente por la herencia y mediante títulos de propiedad y de dominio, al margen de cualquier criterio meritocrático. En el caso chileno, los niveles de estratificación socioeconómica y de segmentación geográfica entre el tres por ciento más rico y el resto de la población serían alarmantes. El autor destaca el carácter endogámico de las élites, las cuales ejercerían una hegemonía económica y política de índole estructural. Históricamente, por tanto, la educación no estaría destinada a los segmentos poblacionales de menor status social y económico, ya que los alejaría de su función productiva de mano de obra barata.

El recurso empírico al que Waissbluth apela continuamente en su argumentación refiere a los bajos indicadores educacionales chilenos con relación al contexto mundial. En concreto, señala que “cerca de un 92% de los adultos con educación superior terminada no entiende completamente lo que lee” (51). Aquí enfatiza la relación entre inequidad educativa e inequidad social, la destrucción socioeconómica de la carrera docente y una eventual sobre-ideologización en el abordaje de los males que aquejan al sistema educacional en Chile. Ya en la mitad del libro, el lector podrá percatarse de que la diversidad de sus contenidos constituye un extraordinario esfuerzo del autor por sintetizar –de manera equilibrada- el pensamiento del movimiento ciudadano E-2020. Y su crítica aguda transita por todos las habitaciones de este edificio que es el sistema educacional chileno. De manera muy documentada, Waissbluth recoge de la historia y del actual período los puntos neurálgicos de aquello que es su principal preocupación: el deterioro de la calidad del sistema educacional en Chile.

Las propuestas de E-2020, que con fuerza esgrime el autor, son las que según su análisis deberían hacer expedita la posibilidad de un cambio significativo. Aquí refiere a condiciones que en conjunto constituirían un “enfoque sistémico” de reforma educativa (la oferta en el aula y en la escuela). Cinco propuestas que considera de crucial importancia, en términos de política pública: (a) la generación de profesores de excelencia, (b) la formación de directivos de nivel internacional, (c) la creación de condiciones contextuales adecuadas para aulas vulnerables, (d) el aumento significativo de los recursos financieros y (e) una puesta en marcha gradual y sistémica de las reformas. En la segunda mitad del libro, Waissbluth se aboca a testimoniar la historia del movimiento E-2020 y a exponer los criterios que se deberían establecer para generar una política pública que revierta el estado deplorable de la educación chilena. Este análisis es, probablemente, el mayor aporte del autor al intento de modificar la desigualdad educativa. Constituye una reflexión respecto de las condiciones internas de índole política, socioeconómica, normativa y cultural en que se sustenta el sistema educacional chileno. En este punto, Waissbluth alude a aspectos estructurales relevantes. Asimismo, redirige su mirada a aspectos contextuales como el cambio de gobierno en Chile, la fragilidad económico-financiera global y la movilización social o gremial. El libro concluye con un epílogo personal, a modo de testimonio, de su propia experiencia, no sólo como autor de este volumen (en el anexo del libro), sino abordando la necesidad de generar con urgencia las transformaciones al sistema educacional chileno. Un aspecto interesante del epílogo es la búsqueda de coincidencias y contrastes entre las propuestas del movimiento E-2020 y los anuncios presidenciales realizados por Sebastián Piñera en la sesión a Congreso Pleno, el 21 de mayo de 2010.

Se acabó el recreo. La desigualdad en la educación refleja, además del pensamiento de Mario Waissblutt, la diversidad de propuestas ciudadanas reunidas en el movimiento E-2020. En esta organización confluye la riqueza de una variedad de ideas, formulaciones y propuestas emitidas por diversos actores sociales, en un espacio donde se han legitimado los aportes de estudiantes, profesores, académicos, políticos, intelectuales e investigadores, además de la reflexión de un sinnúmero de ciudadanas y ciudadanos interesados en realizar una real contribución.  La condición de red social y los contenidos de estos aportes constituyen la base de la riqueza expresada en el libro, que busca desenmascarar la desigualdad educativa chilena y revertir esta prolongada situación.

Sin embargo, no se pueden soslayar algunos aspectos centrales que omite Waissbluth o algunas interpretaciones políticas frente a las cuales caben serias dudas respecto de su utilidad como instrumento de cambio político. Un primer problema tiene que ver con la noción de “estado” que se desprende del libro. Ya en sus inicios,  Waissbluth focaliza su mirada en los estados latinoamericanos e introduce el término “Estado-Mercado”, un concepto que extrae del ex-asesor de la Casa Blanca, Philip Bobbitt. Es la manera en que designa a los nuevos estados subsidiarios neoliberales que en los años ‘70-‘80 vinieron a reemplazar a los tradicionales “Estados-Nación”. Estos nuevos modelos de desarrollo y sistemas financieros tendrían en común que no “resisten los estornudos de Wall Street (37)”. Desde esta noción bobbittiana, Waissbluth se extiende en una tipología de los estados, describiendo un Estado-Mercado-Emprendedor (EEUU, la Inglaterra thatcherista y, en su grado extremo, Chile); un Estado-Mercado-Mercantil (Japón, Corea del Sur, Taiwán) y; finalmente, un Estado-Mercado-Gerencial (Alemania, Francia, Suecia). De manera coloquial, los denomina modelos “americano, asiático y europeo (39)”.

El problema es que Waissbluth parece olvidar que, independiente de su nomenclatura bobbittiana, el Estado no constituye -tal como señala, por ejemplo, Poulantzas- un ente unitario, sino que su configuración y su dinámica lo erigen como un multi-escenario de conflicto y negociación política de clases y subclases sociales y económicas. En tal sentido, las fuertes críticas a las élites (consignadas en las primeras páginas del libro) pierden consistencia al transitar desde el análisis de las oligarquías y de la jerarquización socioeconómica desigual a la realidad concreta del sistema educacional chileno. En otras palabras, el autor realiza un insólito “aterrizaje forzoso”. Porque si se observan sus propuestas, pareciera que Waissbluth apela a la “voluntad política” de los gobiernos y de la clase política; aboga por la idea de reforzar y recuperar la responsabilidad estatal, como si el estado y la institucionalidad política tuviesen un margen de maniobra a salvo de los intereses oligárquicos de clase. Dicho de otra manera, se abstrae de abordar el tema del poder o, de manera específica, de las relaciones desiguales de poder en las cuales las élites son anfitrionas y dueñas de toda la fiesta. Waissbluth se autodenomina “reformista urgente”, con el fin de ubicarse en una posición intermedia y de diferenciarse de perspectivas de derecha y de izquierda, de posiciones que privilegian el mercado o la responsabilidad estatal, respectivamente. A estas posiciones Waissbluth las denomina con humor “Derechistán” y “Zurdistán”, atribuyendo un eventual carácter “ideologizado” a sus perspectivas. Lo que no se observa en estas denominaciones jocosas es el reconocimiento de que su análisis también surge de un punto de vista ideológico. Porque es diferente cuando se trata de analizar la desigualdad educativa y orientar la política pública, concibiendo la educación como un bien o producto más de consumo, o como un derecho humano universal que debe ser garantizado. Las propuestas señaladas en el libro, al centrarse en el problema de la calidad educativa -en su interés de “reformista urgente”-, dejan en el mismo status quo al modelo neoliberal responsable del actual problema educativo.

Por más que se reconozca la riqueza del aporte de Mario Waissbluth al análisis de la desigualdad en la educación y que celebremos las múltiples adhesiones recibidas por el movimiento E-2020, es complejo adoptar una posición intermedia, en una realidad que amerita un análisis y cambios definitivamente estructurales. La “buena voluntad” de las propuestas puede estrellarse contra los fríos muros de la intransigencia oligárquica. Es decir, no se trata sólo de una “toma de conciencia” de algún actor con poder de decisión. Aquí entran en juego un conjunto de relaciones desiguales de poder y un status quo resguardado a toda costa por las élites, de las cuales el mismo Waissbluth reconoce provenir. Por eso es bueno que se acabe el recreo: aquel que escinde la desigualdad educativa del análisis y del cambio estructural.